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En el final de la legislatura que agoniza son pocas las cosas que nos vienen a la mente si queremos destacar los méritos del actual Gobierno, con una crisis que ha sepultado bajo los escombros del Palacio de La Moncloa al presidente Zapatero y a su legión de ministros. Nos acordamos más, con toda lógica, de las rectificaciones, de las meteduras de pata o de las políticas erráticas que han sido la tónica en la gestión del Ejecutivo durante los últimos años.

La vuelta de las tropas de Irak, los buenos modos de lo que se llamó el talante o ideas interesantes, como la puesta en marcha de la Ley de Dependencia, por ejemplo, parecen poco bagaje para un mandatario que ha dirigido España durante más de siete años. La situación económica, el número de desempleados y el futuro incierto al que se enfrenta nuestro país tapan los proyectos que se intuían y que por miedo o incapacidad no se han desarrollado.

De todas formas, en muy poco tiempo podemos ver desmantelados algunos de los avances más importantes de nuestra democracia. No se nos puede olvidar el camino que ha recorrido durante la última etapa la televisión pública, hasta situarse en niveles cercanos a la excelencia, al menos, en el terreno informativo.

Caras nuevas que han actuado con profesionalidad, rigor, seriedad e imparcialidad y que nos han permitido olvidarnos de la época oscura de manipulación descarada que cualquiera reconoce en el rostro –en el sentido más amplio de la expresión- de Alfredo Urdaci.

Faltan poco menos de dos meses para las elecciones generales del 20-N y los movimientos en torno a Radio Televisión Española (RTVE) son cada vez más preocupantes. Parece que se puede producir una rectificación, pero el simple interés del Consejo de Administración del Ente público de manejar y controlar los métodos de trabajo de los profesionales de la casa nos acercan más a los Telediarios del cronómetro en la mano y la censura previa que a la información libre y sin cortapisas que necesita cualquier estado para profundizar en su democracia.

Este verano he tenido muchas alegrías profesionales y magníficas conversaciones sobre Periodismo con algunos periodistas a los que admiro profundamente. Una de esas personas fue Ana Pastor, la directora y presentadora de ‘Los Desayunos’ de TVE, que ya en aquellas fechas sufría duros ataques por parte de destacados dirigentes del Partido Popular.

Después de un enfrentamiento en pantalla con María Dolores de Cospedal, Pastor me aseguraba que el hecho de que la consideren una entrevistadora “incómoda” indica que se están haciendo las cosas bien en su programa, y recordó insistentemente que cuando se sienta a hacer una entrevista no hay amigos, solo existen los protagonistas. De hecho, apuntó acertadamente que la diferencia fundamental en esta etapa de la televisión pública es que los errores son de los trabajadores y no de ningún partido político.

En este sentido, la presentadora admitió que en otras ocasiones TVE fue una tele “más oficial pero menos pública”, e  insistió en la necesidad de reconocer la labor actual de los trabajadores de la casa. Además, Ana Pastor opinaba en aquellos días que las críticas a la tele pública se basan, única y exclusivamente, en argumentos políticos.

La periodista no se quedó allí y apuntó a los futuros responsables. Si Mariano Rajoy y su equipo llegan al poder en los próximos comicios generales, tienen que defender el modelo actual para que los ciudadanos disfruten de unos telediarios “creíbles”.

Ni más, ni menos, aunque mucho me temo que empezamos a vislumbrar nuestros peores augurios.

 

Este ha sido el momento clave de la semana.Os recomiendo verlo con lápiz y papel.

Trabajar en El Palacio de La Magdalena y estar en cinco días con tres referentes como Iñaki Gabilondo, Ana Pastor y Fran Llorente son beneficios propios de trabajar en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP).

La cosa promete…

Escribo sobre la marcha, mientras Andreu Buenafuente habla en su programa con Ana Pastor, protagonista involuntaria de los últimos días.

Y escribo como homenaje. No pude ver en directo la entrevista que la conductora de Los Desayunos le hizo al Presidente de Irán el pasado martes, pero he seguido muy de cerca sus consecuencias y tenía muchísimas ganas de conocer sus impresiones.

Ha empezado por lo obvio, pero fundamental: Los periodistas no son los protagonistas. Ni pañuelo en la cabeza ni nada. Interesan las palabras de Mahmud Ahmadineyad. Simplemente.

A partir de ahí, si ya admiraba a Ana Pastor, desde hoy me declaro fan incondicional de esta magnífica profesional.

La primera pregunta ha sido la que nos hacemos todos: ¿Cómo consiguió la entrevista? Pues todo ha sido relativamente sencillo. Se molestó en solicitarla. «Tenía que intentarlo», ha dicho. Ella es la primera sorprendida. La casualidad o el buen trabajo a veces se confunden.

Y además, ha sido modesta. No ha parado de agradecer a sus compañeros del programa las facilidades que le han puesto. Una labor de equipo que ha querido reconocer.

Dos personas se desplazaron junto a Ana Pastor hasta Teherán, y se la jugaron igual o más que ella. El territorio era hostil y las dificultades máximas.

Cuenta que antes de entrar en directo, su regidor dijo: «Tres, dos, la policía ha tomado Teherán, uno, ¡dentro!». A continuación, fue desalojado de la sala. La periodista y sus preguntas frente a frente con uno de los personajes más inaccesibles del planeta.

Como quién más o quién menos habrá visto los momentos estelares de la entrevista, me quedo con un detalle. Dice que el líder iraní la miró siempre a los ojos durante sus respuestas. No siempre pasa, aclara.

Ha situado a Iñaki Gabilondo como su referente, ha hablado del mundo en el que quiere que viva su hijo, y sobre las revueltas árabes ha pronunciado una de las frases más inteligentes que he escuchado en los últimos tiempos: «La libertad, una vez que la hueles cerca, es IMPARABLE».

Ojalá tenga razón.

Ha comentado que vivimos un momento importante, que estamos inmersos en una tensión informativa singular, pero su deseo es sencillo: «Me gustaría dar alguna buena noticia de vez en cuando».

Defiende sobre todas las cosas a Radio Televisión Española. Pone como ejemplo la entrevista del pasado martes. Cree en este proyecto de televisión pública. Yo también.

¡¡Grande, Ana!!