En los dos últimos meses, por distintos motivos, he visitado Cáceres, Oviedo, San Sebastián y Zaragoza. Además, lógicamente, de Santander. Todas estas ciudades tenían en común su aspiración de convertirse en Capital Europea de la Cultura en 2016.
El interés era el mismo, aunque el éxito ha sido dispar. Vascos y aragoneses pasaron el primer corte en la selección, mientras que extremeños, asturianos y cántabros han quedado apeados de la ‘competición’. Y precisamente, estas tres ciudades aparecían como las más votadas en la web habilitada al efecto, y entraban también en todas las quinielas como favoritas para continuar en la pugna.
Ya lo hemos comprobado, de poco ha servido. De todas formas, en mi estancia en todas ellas he podido comprobar algún elemento común. Por ejemplo, la abundancia de carteles publicitarios y logos representativos. Aquí, Santander ganaba por goleada. ¿Más cosas? Actividades callejeras y, sobre todo, el desconocimiento más absoluto de los ciudadanos sobre el funcionamiento del proceso de selección.
Ni en Cáceres, ni en Oviedo, ni en San Sebastián ni en Zaragoza he encontrado a nadie que me dijera que Santander tenía opciones reales. Que era una dura competidora. Entre otras cosas, porque muchas de las personas con las que he podido hablar desconocían que Santander era una de esas quince ciudades que han quedado reducidas a seis tras el corte.
Desde que nuestra ciudad ha quedado eliminada, se ha instalado en los medios de comunicación regionales un debate sobre la Fundación 2016, sobre el proyecto que presentábamos y sobre el futuro que le espera.
Un debate que se reduce a la anécdota. Han pasado ya dos semanas desde la tarde en la que el jurado no pronunció el nombre de Santander, y las posturas de los líderes (y no tan líderes) políticos, han sido de lo más variopintas: Desde la espantada de unos (léase Miguel Ángel Revilla); a la huída hacia adelante de otros (Íñigo de la Serna); o la desaparición momentánea de algunos muy presentes durante todo el proceso (Francisco Javier López Marcano).
Concejales, diputados, opinadores profesionales… Fuera de este ranking dejo al director de la Fundación 2016 y responsable de ‘El sueño de Europa’, Rafael Doctor. Su actitud arrogante, lastimera e incoherente se califica por sí sola.
¿A dónde quiero llegar? A que si realmente teníamos una candidatura potente y existía esa unidad institucional de la que tanto se hablaba (uno de nuestros puntos fuertes, se decía entonces), no entiendo el por qué del debate, de las críticas cruzadas y del aprovechamiento político del fracaso de Santander 2016.
¿Era ésta una propuesta comandada y dirigida por el Partido Popular en el Ayuntamiento? ¿Era la propuesta estrella del alcalde para esta legislatura ? ¿Oferta cultural o marketing político?
Bajo mi punto de vista, una simple anécdota a debate. Han pasado menos de quince días y la mayoría de los ciudadanos no se acuerdan ya. Están a otras cosas. ¿Y los políticos? Pues veremos, porque si la intención es alargar el asunto hasta las elecciones de mayo, queda cuerda para rato.
En los últimos días he leído encuestas de distinto tipo, a nivel nacional y regional, que hablaban de la desafección de los ciudadanos hacia la clase dirigente. Y no me extraña. Gana el menos malo, y, a veces, ni eso. Porque la alternativa no existe. Y hablo tanto del ámbito local, autonómico como estatal.
Las primarias de Madrid o los pitos a Zapatero en el desfile son, simplemente, eso: Anécdotas a debate. Problemas que solo preocupan a los que ocupan el espacio mediático en nuestro país.
La última y más graciosa es el encontronazo que ha tenido la esposa del Presidente Revilla con Esperanza Aguirre y su consejero de Transportes. Alta política.
Mientras, el paro, la educación, la vivienda o la sanidad pasan a un segundo plano. ¿Culpa de ellos o de todos nosotros?