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¿Orgullo patrio o chovinismo rancio? ¿Marca España o corporativismo barato? ¿Optimismo antropológico o un punto de vista diferente a la hora de afrontar la crisis? Supongo que es una cuestión de enfoque, pero la campaña que ha lanzado una empresa auditora que proporciona servicios de asesoramiento fiscal y financiero y que enfrenta en un vídeo noticias positivas sobre España con el paro, la deuda o la prima de riesgo ha conseguido más de medio millón de reproducciones en Youtube en un par de semanas y ha circulado por las redes sociales con un gran efecto viral.

Detrás de una gran realización y una propuesta tramposa, surgen preguntas interesantes sobre el papel de los medios de comunicación en una situación económica extrema y sobre la montaña de desgracias que parece que asola a nuestro país y que desborda la agenda mediática. ¿De qué hablábamos cuando supuestamente  todo iba bien? ¿Afrontamos los problemas con seriedad y altura de miras o nos quedamos en la superficie y nos vemos arrollados por un buenismo poco saludable?

Contaba David Trueba hace unos días que en España lo que más abunda son los prostíbulos, y remataba con mucha gracia que la vocación para trabajar en ese sector solía llegar tarde. Insistía en que cualquier otra profesión y cualquier otro negocio que pretendamos sacar adelante en territorio nacional se encuentra con grandes dificultades. Unas trabas que, en la mayor parte de las situaciones, nos invitan a abandonar. Hay que ser realistas.

No podemos engañarlos, de acuerdo, pero de ahí a caer en el derrotismo y a bajar la cabeza hay un trecho que no deberíamos recorrer. Muchos ciudadanos han renunciado a informarse. Hay estudios, incluso, que así lo demuestran. Es común escuchar, más aún si te dedicas al periodismo, a personas que confiesan que no quieren leer los periódicos, ni ver los informativos de televisión o escuchar los de la radio porque solo dan malas noticias.

O peor aún. Buenas noticias que afrontamos desde su vertiente más negativa. La malaria es una enfermedad que mata cada año a más de 655.000 personas, la mayoría de ellas niños africanos menores de cinco años. Un equipo investigador dirigido por el español Pedro Alonso está logrando avances importantes para desarrollar una vacuna que podría proteger a un porcentaje relevante de los casos estudiados. Los resultados no son definitivos y arrojan algunas dudas sobre su eficacia. Contagiados por el pesimismo reinante, algunos ya hablan de tirar la toalla. ¿Estamos locos?

Artículo publicado en Vía52.

Hay poco margen para la improvisación. En un momento en el que hasta un concejal de la oposición de un pueblo remoto tiene asesores de comunicación o jefe de gabinete, los mensajes que trasladan nuestros políticos no podrían ser más encorsetados, más medidos, más enlatados. Menos creíbles, en definitiva. El entrevistador más mordaz se puede dar de bruces, una y otra vez, contra las respuestas programadas, las consignas de partido y los discursos monolíticos ideados desde algún confortable despacho.

Es complicado encontrarnos con declaraciones sorprendentes o con posicionamientos novedosos. Si acaso, alguna que otra metedura de pata, que los profesionales de los coches oficiales resuelven con un comunicado aclaratorio o alegando que se malinterpretaron sus palabras. La culpa suele ser del mensajero, que no se entera de nada. En el peor de los casos, ni la hemeroteca sirve para sacarles los colores.

En el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los españoles situaban a la clase política y a los partidos que la sustentan como el tercer problema del país, y responsabilizan de manera directa e inequívoca a la llamada ‘casta’ de la pésima situación económica o de la nula capacidad de crear empleo, los dos dramas que más preocupan a los encuestados en el reciente muestreo del mes de septiembre.

Mientras tanto, los ciudadanos asisten atónicos a una sucesión de polémicas estériles y debates que son de todo menos espontáneos. Cortinas de humo que ocupan por unos días todos los titulares y acaparan el espacio informativo, que generan noticias “frescas” y listas para consumir. Informaciones vacías que distraen de lo importante y que nos mantienen entretenidos.

La delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, habló de la necesidad de “modular” el derecho de reunión y de manifestación para “racionalizar el uso del espacio público” y, pese a su posterior rectificación, los periodistas se ponen a contar manifestaciones y otros altos cargos, como la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, o el presidente de la Comunidad, Ignacio González, defienden que la ley es demasiado permisiva y valoran y cuantifican los supuestos daños que sufren los habitantes de la capital a causa de las protestas.

En el mismo contexto de crisis social y política,  el director general de la Policía, Ignacio Cosidó, avanzó hace unos días que la próxima Ley de Seguridad Ciudadana prohibirá la captación, tratamiento o difusión en internet de imágenes de agentes en el ejercicio de sus funciones, generando la consiguiente polémica. Fue el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, el que precisó a continuación que su objetivo es conseguir que la libertad de expresión “no sirva nunca de parapeto” para atentar contra el honor o poner en peligro la seguridad de los ciudadanos y de los policías. De esta forma se entiende un poco mejor pero, ¿es o no es un debate ficticio? Parece obvio. ¿La ley no permite actualmente proteger esos derechos?

Hay tantos ejemplos que abruman. La estrategia es la misma: una declaración supuestamente improvisada, el incendio de las redes sociales, los medios afines que recogen el guante y ya tenemos un enredo con el que ocupar las tertulias. La espontaneidad de nuestra democracia.

Artículo publicado en Vía52.

Javier Cercas defendió la semana pasada en el Palacio de La Magdalena que el Periodismo no es una disciplina en la que acaben (obligatoriamente) los fracasados, los inútiles o los mediocres, aunque reconoció lo mucho que le extraña siempre la escasa autoestima de los periodistas.

Una nula autoestima que para el escritor lleva a muchos a considerar que su trabajo solo sirve para envolver pescado, al tiempo que se combina en demasiadas ocasiones con una soberbia implícita en la profesión que acaba por demostrarse en un desprecio evidente hacia sus lectores, sus oyentes o sus espectadores.

Soy crítico con los libros de autoayuda, así que el problema de la autoestima lo vamos a dejar para otro día. Eso sí, nada mejor para acabar con la soberbia de un periodista que trabajar en un gabinete de prensa o en una agencia de noticias.

Tus textos serán examinados con lupa por otros compañeros, el más mínimo desliz será tomado como una falta grave y tienes que cambiar tus adjetivos por el repertorio de verbos más concreto y eficaz. A cambio no te espera más reconocimiento que el del trabajo bien hecho, que no es poco en estos tiempos. Tu firma y tu estilo desaparece. Tu reputación pasa a ser la de la institución a la que representas.

Es una tarea complicada pero interesante que, en mi caso, me está proporcionando experiencias y conocimientos muy válidos para el futuro. Otro punto de vista y nuevos terrenos profesionales sin explotar que merece la pena conocer.

Además de todo esto, mi nuevo trabajo en la UIMP es uno de los motivos por los que este blog no se actualiza con más frecuencia. La otra causa es bastante más simple, más banal. En verano, a todos nos gusta disfrutar del tiempo libre.

De todas formas, que nadie se asuste. En el primer aniversario de Ideas Efímeras, 85 artículos, 219 comentarios, 16 categorías y 517 etiquetas después, el proyecto y el mundo de la web 2.0 me tiene igual de atrapado que el primer día.

 

Este ha sido el momento clave de la semana.Os recomiendo verlo con lápiz y papel.

Trabajar en El Palacio de La Magdalena y estar en cinco días con tres referentes como Iñaki Gabilondo, Ana Pastor y Fran Llorente son beneficios propios de trabajar en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP).

La cosa promete…