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De regreso a casa en el metro, Johan volvió a pensar una vez más en las especiales condiciones de trabajo de los periodistas. Cuando ocurrían los sucesos más terribles, dejaban los sentimientos a un lado y lo primordial era informar.

Predominaba lo profesional, pero no tenía nada que ver con la mentalidad carroñera que algunos les echaban en cara cuando descargaban su ira contra los medios de comunicación.

Johan pensaba que la mayoría de sus colegas, al igual que él, actuaban de este modo movidos por las ganas de informar, sencillamente.

Se trataba de contar lo que había sucedido de la manera más rápida y correcta posible. La responsabilidad de los periodistas era reunir todo el material que pudieran para ofrecer la información más fidedigna.

De vuelta a la redacción, revisaban el material y lo comentaban con el redactor. ¿Qué era relevante emitir y qué no?

Se retiraban las imágenes de los heridos tomadas demasiado cerca, las entrevistas con personas que se encontraban en evidente estado de shock se suprimían, y cualquier cosa que se considerara un atentado contra la integridad se eliminaba.

Cada día surgían nuevas discusiones éticas y detrás de cada reportaje había meticulosas deliberaciones, en especial, en los casos complicados.

Por supuesto, a veces se cometían errores, se difundía un nombre o una imagen que no deberían haberse hecho públicos. Al redactor no siempre le era posible ver los reportajes antes de que se emitieran, porque los márgenes de tiempo eran muy pequeños.

Con todo, la mayoría de la veces las cosas funcionaban debidamente conforme a las normas éticas a las que estaban sujetos los periodistas. Siempre habia algún mal profesional que se pasaba de la raya, claro.

Algunas cadenas de televisión y algunos periódicos habían ido demasiado lejos, pero de momento, sólo eran unos pocos.

Nadie lo ha oído. Mari Jungstedt. Páginas 220 y 221.

¿Realidad o ficción? ¿El mundo ideal? ¿O cómo dicen los títulos de esta saga periodística-poliaca: Nadie lo ha visto, Nadie lo ha oído, Nadie lo conoce?

Me he aficionado a la novela negra, a los libros de misterio y asesinatos. Camilla Läckberg, Asa Larsson, Tana French, Johan Theorin… En los últimos meses he leído muchos, y en prácticamente todos estos libros, la prensa tiene un papel negativo. Los periodistas son vistos por los policías que protagonizan estas publicaciones como escoria, como uno más de los problemas que deben resolver para que el caso no se les escape de las manos.

Tengo claro que se trata de ficción, de un punto de vista subjetivo de los escritores de este tipo de novelas. Aún así, me llama la atención porque las escenas en las que los medios de comunicación actúan sin ningún tipo de ética ni principios se repiten de forma incesante.

El último ejemplo. Una mujer que acaba de encontrar a su esposo degollado habla con el detective que investigará el asesinato. Le dice: «Por favor, respete nuestra intimidad. LA PRENSA ES IRRESPONSABLE. El legado de mi marido es de suma importancia».

Aparece en el primer libro de John Verdon, que se titula ‘Se lo que estás pensando’. Por cierto, no sé si será relevante, pero el autor ha trabajado en varias agencias de publicidad de Nueva York. Al menos, sabe algo del mundo de la comunicación.

Lo que me preocupa no es tanto el hecho de que en estas novelas se trate a los periodistas de manera despectiva, sino el hecho de que puedan estar en lo cierto, de que tengan razón. Que los comportamientos de la prensa en los casos de sucesos sean, al menos, cuestionables. Que la realidad supere a la ficción.

No hace falta ser un experto, solo echar un vistazo a los contenidos de los informativos de la televisión en España, para comprobar cómo este tipo de noticias ocupan cada vez más espacio. La muerte, los asesinatos, la sangre, el morbo. El exceso de amarillismo y de falta de profesionalidad.

Huyo de este tipo de noticias. Como lector, oyente o espectador, me generan rechazo. Como periodista, como redactor de informativos, prescindo de ellas.

Un único caso en el que el papel de un periodista es relevante, y para bien. La saga Millenium, de Stieg Larsson. Tal vez influya el hecho de que el rey de la novela negra sea periodista y su protagonista, Mikael Blomkvist, también.