Mi abuela, de 89 años, una lucidez aplastante y votante socialista desde que la dejaron participar en unas elecciones democráticas me dijo el otro día, muy seria, mientras veíamos el Telediario: «Rubalcaba es muy viejo para ser Presidente del Gobierno. Lleva mucho tiempo en política y la gente le conoce demasiado». Una reflexión irrevocable, visto lo visto.
Desde que Zapatero decidió inmolarse «por el bien de España», según sus propias palabras, el PSOE apostó únicamente por salvar los muebles, con escaso éxito. Con la lógica del que se sabe perdedor, sus dirigentes cedieron el bastón de mando a un Rubalcaba que en las últimas dos legislaturas ha sido portavoz parlamentario, ministro del Interior y vicepresidente. A esas responsabilidades de Gobierno hay que sumar las que acumuló en los ejecutivos de Felipe González.
Demasiada historia a sus espaldas. El candidato socialista se ha ganado a lo largo de su trayectoria política una fama de negociador experto, hábil y taimado. Rubalcaba comunica bien, mide sus palabras y tiene argumentos de sobra para afrontar con garantías un debate televisivo. Salvo hoy. Acostumbra a sorprender a sus adversarios políticos con un as en la manga, pero en esta ocasión, sus comodines no han funcionado.
Un personaje como él, con detractores poderosos y con un pasado político muy recurrente, no puede presentarse ahora como el aire fresco que buscan los españoles, como el cambio que reclama el país, como la única esperanza de la izquierda. Rubalcaba afronta el último tramo de su carrera política con las cartas marcadas, con una derrota electoral que él mismo da por segura, y con una militancia socialista que se ha rendido hace tiempo.
El debate que se ha celebrado esta noche en televisión no sirve para nada. Es más de lo mismo. Desde que se confirmó oficialmente la confrontación de los dos únicos representantes políticos que pueden llegar a La Moncloa el próximo 20-N, los medios de comunicación insisten en destacar el despliegue mediático que se ha producido. El número de periodistas acreditados, los asesores, el coste de la realización, el reparto de minutos, los temas a discutir. También se hablará de audiencias.
Nada. Todo humo. Un entretenimiento innecesario. El impacto de este debate entre los votantes será ínfimo. Los problemas de España son los mismos. Ningún candidato con opciones reales nos ofrece soluciones. Si soy sincero, creo que tampoco las aportan los que no tienen posibilidades de influir en el Congreso de los Diputados. El panorama es desolador.
Mariano Rajoy conseguirá en unos días un resultado histórico para su partido, que acumulará todo el poder institucional con una oferta pírrica. Una oposición de perfil bajo, una campaña sin grandes errores y el harakiri socialista llevarán al gallego hasta el ansiado Gobierno. ¿Después? La incógnita más absoluta. La conclusión es que perdemos todos.