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Perdemos todos

Publicado: 7 noviembre, 2011 en Comunicación, Política
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El debate 2011

Mi abuela, de 89 años, una lucidez aplastante y votante socialista desde que la dejaron participar en unas elecciones democráticas me dijo el otro día, muy seria, mientras veíamos el Telediario: «Rubalcaba es muy viejo para ser Presidente del Gobierno. Lleva mucho tiempo en política y la gente le conoce demasiado». Una reflexión irrevocable, visto lo visto.

Desde que Zapatero decidió inmolarse «por el bien de España», según sus propias palabras, el PSOE apostó únicamente por salvar los muebles, con escaso éxito. Con la lógica del que se sabe perdedor, sus dirigentes cedieron el bastón de mando a un Rubalcaba que en las últimas dos legislaturas ha sido portavoz parlamentario, ministro del Interior y vicepresidente. A esas responsabilidades de Gobierno hay que sumar las que acumuló en los ejecutivos de Felipe González.

Demasiada historia a sus espaldas. El candidato socialista se ha ganado a lo largo de su trayectoria política una fama de negociador experto, hábil y taimado. Rubalcaba comunica bien, mide sus palabras y tiene argumentos de sobra para afrontar con garantías un debate televisivo. Salvo hoy. Acostumbra a sorprender a sus adversarios políticos con un as en la manga, pero en esta ocasión, sus comodines no han funcionado.

Un personaje como él, con detractores poderosos y con un pasado político muy recurrente, no puede presentarse ahora como el aire fresco que buscan los españoles, como el cambio que reclama el país, como la única esperanza de la izquierda. Rubalcaba afronta el último tramo de su carrera política con las cartas marcadas, con una derrota electoral que él mismo da por segura, y con una militancia socialista que se ha rendido hace tiempo.

El debate que se ha celebrado esta noche en televisión no sirve para nada. Es más de lo mismo. Desde que se confirmó oficialmente la confrontación de los dos únicos representantes políticos que pueden llegar a La Moncloa el próximo 20-N, los medios de comunicación insisten en destacar el despliegue mediático que se ha producido. El número de periodistas acreditados, los asesores, el coste de la realización, el reparto de minutos, los temas a discutir. También se hablará de audiencias.

Nada. Todo humo. Un entretenimiento innecesario. El impacto de este debate entre los votantes será ínfimo. Los problemas de España son los mismos. Ningún candidato con opciones reales nos ofrece soluciones. Si soy sincero, creo que tampoco las aportan los que no tienen posibilidades de influir en el Congreso de los Diputados. El panorama es desolador.

Mariano Rajoy conseguirá en unos días un resultado histórico para su partido, que acumulará todo el poder institucional con una oferta pírrica. Una oposición de perfil bajo, una campaña sin grandes errores y el harakiri socialista llevarán al gallego hasta el ansiado Gobierno. ¿Después? La incógnita más absoluta. La conclusión es que perdemos todos.

Ayer se cumplió un mes desde que escribí mi último artículo en Ideas Efímeras. Si no me equivoco, es el periodo más largo sin actualizar este blog y me muero de remordimientos.

No ha sido una decisión premeditada. Me he pasado todos los días por aquí, aunque sin la motivación suficiente como para lanzarme a opinar sobre los temas que me interesan. Y todo esto, sorprendentemente, en un momento en el que sobran cuestiones a las que dedicar mi tiempo.

Me sigue interesando la política, aunque no me he ocupado del fin de la campaña electoral y de los no tan sorprendentes resultados en las elecciones autonómicas y municipales del pasado 22 de mayo. Me podría haber ocupado de las «primarias» del PSOE o de la llegada al poder en Cantabria de Ignacio Diego.

Un poco más farragoso pero también interesante hubiera sido comentar la situación de Grecia, un país acosado por la Unión Europea y por un Fondo Monetario Internacional que ha tenido que cambiar de director gerente porque, supuestamente, el «socialista» francés Dominique Strauss Kahn no supo «controlar sus impulsos».

Las movilizaciones ciudadanas que se han producido en España desde el 15-M y que se siguen extendiendo cuentan con mi simpatía y con mi apoyo, de momento, incondicional.

Me preocupa el Racing de Santander, he disfrutado con el sexto Roland Garros para Rafa Nadal y con el segundo Giro de Italia para Alberto Contador. Reconozco que la cuarta Champions League para el Barcelona de Guardiona me motiva un poco menos.

Música, cine, televisión o redes sociales. Ni la mal llamada crisis de los pepinos me ha hecho saltar del sillón para salir de mi ostracismo.

Y lo hago hoy, en la jornada en la que se conoce al nuevo Ejecutivo autonómico de la tierruca y en la que se celebra el Debate sobre el Estado de la Nación porque estoy HARTO de una nueva «moda». Me he cansado de oír hablar de la maldita austeridad.

Y es que esta palabra se ha impuesto en el vocabulario actual. Ahora todo es austero: las tomas de posesión, los gobiernos, las medidas económicas, los discursos, el catering… Hablan tanto de la austeridad que han desgastado el término, lo han vaciado de contenido y se ha convertido en un concepto absolutamente estéril.

Para la RAE, ser austero significa «ajustarse a las normas de la moral, ser sobrio, sencillo y sin ninguna clase de alardes», pero también en el diccionario leemos que la austeridad es «una mortificación de los sentidos y de las pasiones, algo agrio,  áspero al gusto, mortificado y penitente».

Que no nos engañen. La buena administración de los recursos públicos es una obligación para la clase política. Encontrar las soluciones a nuestros problemas y no generarnos más de los que ya tenemos es su trabajo.

No podemos pagar sus errores.

Faltan poco más de 24 horas para que acabe la campaña electoral más mediocre que recuerdo. A falta de dinero que comprometer en promesas, los partidos políticos hegemónicos han demostrado también una ausencia total de proyecto. En el peor momento, la clase política se ha quedado sin ideas.

Por suerte, la sociedad no ha dicho todavía su última palabra. La movilización ciudadana que se ha producido a partir de la manifestación del pasado 15 de mayo exigiendo ‘Democracia Real Ya’, y que tiene a los descontentos, a los cabreados, a los indignados, a los parados, a los estudiantes, a los jubilados, a los pensionistas, a los desahuciados, a los hombres y mujeres de nuestro país tomando las calles y las plazas públicas, supone un cambio radical en nuestro panorama.

Por fin protestamos. Exigimos responsabilidades. Gritamos contra las injusticias. Tanto hablar de la primavera árabe, y mira tú por dónde: Tenemos nuestra propia revolución.

Los políticos de uno y otro partido no lo ven, no lo entienden. Los medios de comunicación van a rebufo. Les hemos estropeado sus magníficos informativos dedicados a la propaganda electoral. Los tertulianos dicen una tontería más grande a cada minuto que pasa.

Acusan al movimiento que ha surgido estos días de falta de propuestas. Se vuelven a equivocar una vez más pero, yo pregunto: ¿Qué medidas han tomado los ayuntamientos, las comunidades autónomas, el Gobierno central, la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional o el G-20? ¡Cómo no vamos a estar cabreados!

No se dan cuenta de que esto no tiene nada que ver con sus elecciones. Quieren que nos vayamos a casa, a reflexionar, castigados. Eso sí, quieren que el domingo vayamos todos a las urnas a cumplir con «nuestro deber como ciudadanos».

Y nuestro deber como ciudadanos está ahora en la calle. Que no nos engañen, que no se aprovechen. Estamos haciendo historia y lo saben. Tal vez no seamos demasiados todavía, tal vez estemos desorganizados, tal vez se nos vaya de las manos, pero hay que intentarlo. Ahora o nunca.


Primero trataron de silenciarnos, de minimizar nuestro impacto. Luego nos trataron con condescendencia. Ahora, asustados, quieren prohibirnos.

La Junta Electoral Central dirá misa. A mi me da igual. Si quiero salir a la calle y hablar con mis amigos, lo haré. Si quiero protestar, también. Es sintomático que consideren que la petición del voto responsable a que se hace referencia en las concentraciones pueda afectar en la campaña electoral. Opinan que influye en la libertad del derecho de los ciudadanos al ejercicio del voto.

Recuerdo que se trata de concentraciones pacíficas. Nos toman por tontos. No se pueden publicar encuestas en la última semana, cualquier acto es propenso a ser anulado por «parcial», y ahora, no quieren que nos reunamos. La Constitución sirve de poco en estos casos.

Yo propongo a la Junta Electoral Central que establezca quince  jornadas de reflexión y un día de campaña, para variar. Los mítines están llenos de convencidos que rinden pleitesía a sus líderes, que se rompen las manos a aplaudir y que vuelven a casa con el merchandising de su partido favorito. Menos mítines, mayor austeridad. ¿No se trataba de eso?

Las propuestas, el debate y la política están en la calle. Y hasta que no lo entiendan, seguiremos ahí, protestando.

Y aquí acaba una etapa: