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Parece que las revueltas en el mundo árabe no cesan. Después de un pequeño parón, al menos en lo mediático, los ciudadanos de Siria o Yemen están consiguiendo de nuevo la atención internacional con sus protestas.

Una buena noticia: No todo es el petróleo libio y la guerra contra Muamar el Gadafi. Hay muchos dictadores contra los que rebelarse, contra los que salir a la calle. Cuando no tienes nada que perder, solo tienes que superar el miedo.

Desde los países occidentales estamos actuando con la doble moral que nos caracteriza. Salvo el inefable Aznar, todos los líderes mundiales han tenido unas palabras de apoyo para estas revueltas que buscan una apertura democrática imprescindible.

Palabras de apoyo. Sobre todo, eso. Palabras.

Porque Europa, aunque no lo parezca, está muy cerca de África. Demasiado cerca, para algunos. Y comenzamos a notar las consecuencias.

Desde el comienzo de la revolución en Túnez, en Egipto, en Libia, Italia ha recibido varios miles de inmigrantes de estos países. Ciudadanos desesperados, que se la juegan en busca de una vida mejor. Como haríamos cualquiera de nosotros si nuestras circunstancias personales así nos lo exigieran.

La pequeña isla de Lampedusa, a escasos cien kilómetros de la costa africana, ha recibido en las últimas semanas tal cantidad de refugiados que su población se ha visto multiplicada por tres o por cuatro, según quién aporte los datos.

Las autoridades italianas, siempre tan ocurrentes, han decidido conceder permisos de residencia temporales para quitarse el «problema» de encima. Con ese documento, sus portadores tienen libertad para moverse por Europa. Supuestamente.

Nicolas Sarkozy y Silvio Berlusconi, Francia e Italia, tanto monta, monta tanto, se han enfrascado en los últimos días en una guerra diplomática con el tratado de Schengen y la posibilidad de una suspensión provisional de este acuerdo que permite la libre circulación por Europa como excusa.

La extrema derecha se extiende por el continente. El miedo, también.

Mientras, ¿dónde están los responsables de la Unión Europea? ¿Dónde está Herman Van Rompuy? ¿Dónde está Catherine Ashton? ¿Qué opinan de este asunto? ¿Tienen opinión? ¿Sirve de algo lo que opinen?

Hasta que resolvamos estas dudas, me quedo con la versión española. Diego López Garrido, Secretario de Estado para la Unión Europea decía lo siguiente en una entrevista de radio: «No vamos a tomar ninguna decisión al respecto».

Muy bien dicho. ¡Para qué! Si Europa funciona…

El funcionario de la administración colonial francesa que había estado cuidando a sus dos hijos en el sillón contiguo al de William se puso prestamente en pie. Era la primera vez en ese día que se veían cara a cara, de modo que se estrecharon la mano y comentaron el calor que estaban sufriendo. William había podido comprobar que cada mañana había que estrechar la mano de todos los demás pasajeros.

– ¿Y la señora?

– Se lo pasa muy mal. Veo que usted sigue estudiando el mapa de Ismailía… –Se volvieron juntos y bajaron la escalera que conducía al comedor; el funcionario sujetaba en cada mano a uno de los tambaleantes críos– Es un país sin el más mínimo interés.

– ¿Ah, sí?

No es en absoluto rico. Si fuera rico ya pertenecería a Inglaterra. ¿Por qué quieren ustedes conquistarlo?

– Yo no tengo ningún interés por hacerlo.

No tiene petróleo, no tiene aluminio, no tiene oro ni hierro… Nada de nada –dijo el funcionario, mostrándose cada vez más enojado ante semejante idea– ¿Qué quieren hacer con él?

– Yo voy allí como periodista.

– Ah, bueno. Para los periodistas no hay países pobres.

Estaban solos en su mesa. El funcionario colocó cuidadosamente la servilleta en torno a su cuello, sujetó el extremo inferior de la faja de su traje de etiqueta y se puso un niño encima de cada rodilla. Siempre se instalaba así para las comidas, y llenaba exageradamente a los dos críos, alternativamente, utilizando para ello la comida de su propio plato. Limpió el vaso con el mantel, metió unos cubitos de hielo, y lo llenó del rasposo vino granate que servían gratis con la comida. La niña tomó un buen trago.

– Es magnífico para el estómago de los niños –dijo el funcionario, volviendo a llenarlo para el chico.

En aquella mesa había tres plazas sin ocupar. La de la esposa del funcionario, la del capitan y la de la esposa del capitán.

Estos dos últimos se encontraban en el puente, dirigiendo la descarga. El capitán llevaba una vida desvergonzadamente familiar; la mitad de la cubierta del buque le estaba reservada; en sus habitaciones se veía a través de las portillas una enorme cama de latón y gran cantidad de mobiliario inapropiado para la vida marinera.

La esposa del capitán había acotado para su uso personal una zona de la cubierta adornada con macetas de palmeras y alambres donde tendía a secar prendas recién estrenadas de ropa interior. Solía pasarse el día ahí, cosiendo, planchando, entrando y saliendo de su casita de cubierta en zapatillas planas, armada de un plumero, o emergiendo con frecuencia envuelta en un denso aura de perfume asiático para cenar en el salón; un diminuto perro pelón brincaba a sus pies.

Pero una vez en los puertos siempre estaba al lado de su esposo, saludando educadamente a los agentes de la naviera y a los inspectores de sanidad, y organizando el contrabando a pequeña escala.

– Y en el supuesto de que en Ismailía hubiera petróleo –dijo el funcionario, reanudando la conversación que le había ocupado ininterrumpidamente desde la primera noche de viaje– ¿cómo pretenden sacarlo?

A mí no me interesa el comercio. Voy a informar sobre la guerra.

La guerra no es más que comercio.

El dominio que William tenía del francés apenas le servía para tratar de informaciones generales y saludar cortésmente, no servía para sostener una discusión delicada, de modo que ahora, al igual que en las demás comidas, permitió que el francés se saliera con la suya, contestó con un «peut-etre«, que confiaba que fuera una versión francesa del escepticismo, y desvió su atención al plato que tenía ante sí.

¡Noticia bomba! Evelyn Waugh. Páginas 80 y 81.

Este texto, absolutamente contemporáneo, fue publicado en 1938 por un escritor británico. Las negritas son mías. La ironía que despliega durante este fragmento se repite a lo largo de una novela imprescindible para entender lo que pasa AHORA.

Porque los ejemplos de doble moral están a la orden del día. No es lo mismo Libia que Costa de Marfil. Los muertos no valen lo mismo ni producen la misma reacción en la comunidad internacional. Tampoco es lo mismo que un mandato de Naciones Unidas sea incumplido por Israel que por Irán. Por China que por Estados Unidos.

Siempre hay buenos y malos. O eso nos hacen creer. Siempre hay motivos para una guerra, o eso nos dicen. Siempre podemos justificar las muertes, si somos nosotros los que bombardeamos.

Cuando leo las crónicas que los corresponsales españoles mandan desde Túnez, Egipto, Irán, China, Libia, o Japón, más recientemente, entiendo el nivel del Periodismo en España: Los buenos están fuera. Los malos nos quedamos aquí, muriéndonos de envidia.

En varias ocasiones he escrito sobre Enric González o sobre Gervasio Sánchez, dos referentes. Es imperdonable que a estas alturas no lo haya hecho de Manu Leguineche, el padre de todos los corresponsables españoles, o de Ryszard Kapuściński, el gurú del periodismo de trinchera.

Pensando en todo esto me he acordado de un libro que se titula ‘Seguiremos informando, y que tal y como explica en el inicio, recopila a lo largo de sus páginas, historias, crónicas o reportajes elaborados por periodistas apasionados con lo que hacen, enamorados de su profesión, poniendo todos sus sentidos y absorbiendo cada instante, por muy crudo y peligroso que sea, para trasladárselo a lectores, oyentes o telespectadores.

Dicen con acierto que estos profesionales del medio tienen en común el haber sido ganadores del Premio de Periodismo en memoria de Cirilo Rodríguez, y sobre todo, que aunque quizá no estén todos, la representación es extraordinaria, y con la idea común de que con el trabajo que han elegido están defendiendo la esencia del Periodismo.

Además de alguno de los mencionados, en este libro se pueden leer textos magníficos escritos por Rosa María Calaf, Evaristo Canete, Fernando Jaúregui, Ander Landaburu, Enrique Meneses, Arturo Pérez-Reverte, Javier del Pino o Fran Sevilla.

Para tenerlo en la mesita y repasarlo cada poco tiempo.

Lo mejor de todo: Que sigan informando.

Con Japón temblando, literal y metafóricamente, en plena tragedia, contando y recontando a sus víctimas, a sus muertos, a sus desplazados, con el país inmerso en el desastre tras el terremoto y posterior tsunami, los ciudadanos nipones se enfrentan ahora a una amenaza nuclear inminente.

Las autoridades japonesas insisten en que sus centrales nucleares aguantan, que están preparadas para superar los efectos del seísmo y sus réplicas. Mientras dicen esto, las explosiones se suceden, evacuan a los vecinos en un radio de 20 kilómetros de Fukushima-1 y los componentes radioactivos se detectan incluso en Tokio, dónde viven alrededor de doce millones de personas tirando por lo bajo.

Algunos iluminados descubren ahora el riesgo de la energía nuclear. Otros se esconden, a la espera de momentos mejores para tan lucrativo negocio. Los menos, rectifican. Ahí tenemos a la canciller alemana Angela Merkel, legislando a golpe de tragedia.

Su compatriota, el comisario de Energía de la Comisión Europea, Günther Oettinger, ha calificado este martes de «apocalipsis» el accidente en la central nuclear de Fukushima provocado por el terremoto que afectó a Japón el pasado viernes, y ha asegurado que «casi todo está fuera de control» en esa planta. Tranquilizadoras palabras.

Además, y esto no sé si es una buena o una mala noticia, los países de la Unión Europea y la industria nuclear han logrado hoy un «consenso» para someter a las centrales nucleares europeas a pruebas de resistencia para comprobar su seguridad.

¿Y en España? Pues también hay reacción. Todos quietos: El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha decidido crear un «grupo de seguimiento» de la situación en Japón.

Por su parte, el «guiño a la izquierda» en la última remodelación del Ejecutivo central, la excomunista, exdirigente de Izquierda Unida, exalcaldesa, y execologista Rosa Aguilar, actual ministra de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, ha dicho que «no es el momento» de analizar la política nuclear del Gobierno. Tal vez porque no existe. Sólo tal vez.

En estos momentos, todas estas declaraciones y las decisiones tomadas al respecto son pura demagogia nuclear.

Espero que los peores augurios no se confirmen. Es cierto que lo ocurrido el pasado viernes en Japón es prácticamente inevitable, pero no podemos hacernos los sorprendidos por el peligro evidente de las centrales nucleares.

Y un último apunte. Con la comunidad internacional volcada en la tragedia japonesa, perdemos de vista el genocidio que se está llevando a cabo en Libia.

El dictador Muamar el Gadafi está de enhorabuena. Si tras un mes de protestas, enfrentamientos y muertos, los líderes mundiales han sido incapaces de evitar la masacre, ahora, que los focos giran hacia Japón, el futuro de las revueltas árabes y el proceso democratizador en el mundo árabe peligra.